EL ENCLAVE
Enriscada sobre el Júcar y cimentada en la roca viva, nuestra iglesia se sitúa en un enclave de la ciudad muy singular y de fuerte carácter, por su orografía y su historia, abigarradas como el caserío humilde del Barrio de San Antón, arrabal extramuros de la ciudad amurallada medieval, que asciende por callejas imposibles sobre las empinadas faldas rocosas del Cerro de La Majestad. Junto a la iglesia, el antiguo Puente del Canto, hoy de San Antón, que cruza el río Júcar, es seguramente el puente de piedra más antiguo de la ciudad, ya existente en 1177, cuando Alfonso VIII conquista al moro la ciudad. Por este puente desemboca en Cuenca el histórico camino que viene desde Madrid, cruzando el barrio de San Antón (Las Ollerías, antiguos talleres de alfarería a la orilla del Júcar), siendo uno de los dos extremos del eje de comunicación Madrid – Valencia que atraviesa la ciudad nueva camino de Levante, cruzando La Carretería, calle principal de la Cuenca moderna. Estamos, pues, en la entrada más importante de la ciudad, para el que viene de oeste a este, desde Madrid, Toledo o Guadalajara, camino de Valencia, además de ser un cruce de caminos por desembocar también en este punto el eje norte – sur desde Teruel y Zaragoza, a través de La Serranía, que llega a Cuenca por esta misma orilla del Júcar, camino de La Mancha. La singularidad del enclave debió de ser determinante de la situación en él de la advocación mariana históricamente más importante de la ciudad, La Virgen del Puente, después de La Luz, patrona de Cuenca.
LAS ADVOCACIONES Y SUS ANTECEDENTES
Santa María de La Puente, como es conocida en el siglo XVI, pasa hacia el siglo XVIII a conocerse como Nuestra Señora de La Luz, debido a que, según la tradición, se trata de una imagen mariana que, portando un candil encendido, fue descubierta por Alfonso VIII en una gruta a la orilla del Júcar, durante el sitio de la ciudad previo a su conquista. En recuerdo de esta tradición, en la gruta rocosa bajo la iglesia, a orillas del río, fue erigida una imagen de esta advocación de La Virgen a mediados del pasado siglo.
Junto a la ermita de Nuestra Señora, el convento – hospital de San Antonio Abad ya se ha construido en 1.352, dedicado a la atención de los aquejados del Herpes Zoster, conocido entonces como “fuego de San Antonio”. En 1.565, año en que Antón Van Der Wyngaerde dibuja, por encargo de Felipe II, sus célebres vistas de Cuenca, existen en el solar ocupado por la iglesia actual una ermita dedicada a Nuestra Señora del Puente y otra contigua dedicada a San Antonio Abad, ambas comunicadas pero con portadas independientes, las dos bajo el cuidado del Hospital de San Antonio. Con el tiempo, estas ermitas, de modesta calidad constructiva, sufren un progresivo deterioro que, en el siglo XVIII, desemboca en la decisión de construir la actual iglesia, agrupando en un único templo de mayor tamaño el espacio y solar ocupado por ambas.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA ACTUAL
A mediados del siglo XVIII, el obispo D. Isidro Carvajal y Lancaster, encarga al arquitecto turolense Jose Martín de Aldehuela la terminación de la iglesia de San Felipe Neri, otra joya barroca de la ciudad. Tras concluirla, inicia la construcción de la de San Antón hacia 1760 y se termina su cubierta en 1764. La nueva iglesia, dedicada a Nuestra Señora de La Luz y San Antonio Abad, reúne en un solo templo las dos advocaciones cuyas ermitas ocuparon el solar sobre el que se erige.
DESCRIPCIÓN DE LA IGLESIA
El Exterior tiene volúmenes netos y sencillos, que esconden un interior de gran complejidad y riqueza espacial. Las dos portadas, en vez de una única central, son posible recuerdo intencionado de las dos ermitas anteriores. De ellas, la portada izquierda o del lado del Evangelio, de estilo plateresco, actualmente inutilizada como acceso, es la antigua portada de la Ermita de Nuestra Señora del Puente, única parte de las ermitas que fue conservada por José Martín al construir la iglesia actual. Realizada hacia 1530 con piedra caliza procedente de la hoz del Huécar, consiste en un arco de medio punto flanqueado por dos columnas corintias que sostienen un arquitrabe sobre el arco. Encima del arquitrabe, una hornacina central que durante largos años ha permanecido vacía, y que hoy alberga una imagen de la Virgen con El Niño, recuerdo de la pequeña escultura de idéntico motivo mariano que en su día acogía. Sobre las columnas laterales tenía sendas figuras mostrando la letra tau de San Antonio, ambas desaparecidas. En el arquitrabe presenta una inscripción que alude a su promotor, D. Cristóbal Agustín de Montalvo, comendador de San Antonio en Cuenca. Profusa y finamente decorada con medallones en las enjutas del arco y grutescos y motivos florales en toda la portada, su esbeltez quedó mermada por el aumento de nivel del pavimento de la calle, quedando oculta bajo el suelo parte de los pedestales de las columnas. Ha sido restaurada recientemente debido a su avanzado deterioro, solo en parte mitigado. La portada derecha o del lado de la Epístola, más moderna, es la actual entrada de la iglesia, modificada a mediados del siglo XX para incrementar su escasa altura, que impedía la salida de los pasos procesionales.
El interior, tiene una sola nave, con un marcado eje longitudinal cortado por dos transversales, formado el mayor por el crucero de la iglesia y el menor por las capillas laterales intermedias. Las paredes y capillas, de esquinas achaflanadas, y la sucesión de ensanchamientos y estrechamientos de la nave y el crucero, forman un espacio ondulado y sorprendente, en sucesiva expansión y contracción, extraordinariamente complejo y movido, que culmina en el espacio entrevisto del camarín, punto final de la perspectiva. La complejidad espacial se acentúa en las bóvedas, de cañón con lunetos y arcos fajones la de la nave y cúpula elíptica con linterna sobre pechinas la del crucero. En los muros, las pilastras compuestas sostienen un potente entablamento que circunda toda la iglesia. Los altares se sitúan bajo arcos de medio punto que albergan hornacinas de diverso tamaño. Todos los paramentos presentan una profusa decoración, sin vacíos, con abundancia de recuadros con rocalla y tribunas con celosías, típicas de José Martín. El presbiterio y el camarín, que recuerdan al transparente de Ventura Rodríguez de La Catedral, tienen columnas cuya terminación imita el mármol, y presentan en los muros dos relieves de estuco, que representan La Anunciación y La Visitación. La policromía, igual que las molduras, es delicada, sutil y refinada, con presencia del color dorado.
El ciclo iconográfico principal de frescos, pinturas y relieves, de autores desconocidos, se refiere, en toda la iglesia, tanto a La Virgen Patrona de Cuenca como a San Antonio Abad. En los muros, bajo el entablamento, encontramos 6 pinturas que representan, en el lado del Evangelio, Los Desposorios de María, El Anuncio del Ángel a San Joaquín y San Julián arrodillado ante la aparición de La Virgen (este último, pintado a mediados del siglo XX) y, en el lado de la Epístola, La Inmaculada Concepción, El Anuncio del Ángel a Santa Ana y Santa Ana con la Virgen recién nacida en sus brazos. En los 8 lunetos de la cúpula del crucero están representadas Las Virtudes y las 4 pechinas representan a San Agustín, San Atanasio, San Macario y San Hilarión. Las 5 pinturas de los arcos torales bajo la cúpula representan escenas de la vida de San Antonio. En la bóveda de cañón de la nave, un gran fresco muestra la gloria de La Virgen de La Luz y San Antonio Abad.
EVOLUCIÓN EN LOS SIGLOS XIX Y XX
La iglesia sufrió graves daños en su interior durante la guerra de La Independencia, siendo destruido el baldaquino original, todos los retablos y parte de sus pinturas murales. La policromía original fue también alterada. Las columnas del presbiterio y baldaquino, hoy de color ocre, fueron originalmente de color verde. Al término de esta guerra, desastrosa para la ciudad, el Ayuntamiento asume, hasta nuestros días, la propiedad de la iglesia, por entonces en estado de abandono.
Denostado y desconocido el conjunto barroco conquense desde el final del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, Fernando Chueca lo redescubre y revaloriza en 1943. Estamos, según Chueca, ante el ejemplo más importante del llamado segundo estilo de Aldehuela, influido por el barroco romano de los arquitectos de la corte de Felipe V y por Ventura Rodriguez, constituyendo una obra cumbre de la arquitectura borrominesca española. En la actualidad, restauradas recientemente sus fachadas y cubiertas y pendiente de una completa restauración de su interior. En Febrero de 2015 es declarada Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento.
IMÁGENES QUE RECIBEN CULTO EN LA IGLESIA.
La Historia del templo de Nuestra Señora de la Luz se ve enriquecida con el hecho de ser la sede canónica de varias hermandades de gran arraigo y solera que forman parte de la Semana Santa de Cuenca, acogiendo sus altares y hornacinas a las veneradas imágenes titulares de aquellas. También podemos encontrar entre las tallas sagradas que alberga la representación de santos de especial vinculación con el lugar sagrado y con la ciudad.
Entrando por la puerta principal de la iglesia nos dirigimos hacia la izquierda, para hacer un recorrido que complete su contorno hasta volver al lugar de acceso, y centrándonos en las obras de especial valor y significado comenzamos con la imagen de Nuestra Señora de las Angustias, obra tallada por el escultor conquense Luís Marco Pérez en el año 1942, que es titular de la Real, Ilustre y Venerable Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, fundada en 1925 para mostrar en la procesión del mediodía del Viernes Santo la profunda devoción que el pueblo de Cuenca profesa desde hace siglos a la Madre en el trance de recoger en el regazo el cuerpo de su Hijo muerto, siendo a día de hoy la cofradía más numerosa de cuantas participan en la Semana Santa, con cuatro mil quinientos hermanos.
Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna salió también de la magistral gubia de Marco Pérez en el año 1940. La Venerable Hermandad a la que da nombre fue fundada en 1852 en la Iglesia de Santo Domingo de la capital, trasladándose con posterioridad a la iglesia de Nuestra Señora de la Luz.
Forma parte de la Archicofradía de Paz y Caridad, con la que desfila en la tarde y noche del Jueves Santo, al igual que el resto de tallas que representan escenas relacionadas con la Pasión y Muerte de Nuestro Señor que vamos a describir más adelante.
A continuación se encuentra la imagen de Nuestro Padre Jesús con la Caña, inspirada obra del escultor Federico Coullaut-Valera Mendigutia de 1947, venerada por la histórica hermandad del mismo nombre de la que sabemos que, nacida en el seno del antiquísimo Cabildo de la Vera Cruz y Sangre de Cristo en la desaparecida ermita de San Roque, ya tenía personalidad jurídico canónica propia a mediados del siglo XVII, llegando a la iglesia de Nuestra Señora de la Luz en 1818 a petición del Ayuntamiento de la ciudad, luego de la ruina de la mencionada ermita causada por la invasión napoleónica.
En la siguiente hornacina podemos admirar la imponente talla de San Roque, obra del escultor conquense Fausto Culebras, testimonio de la gran devoción que desde antiguo ha profesado el pueblo de Cuenca a este santo francés.
Más adelante encontramos a San Antonio de Padua, justo antes del retablo que enmarca la estremecedora imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno del Puente, venerada obra del valenciano José Capuz Mamano que desfiló por primera vez en la Semana Santa de 1942. La hermandad de la que es titular surgió también al abrigo del Cabildo de la Vera Cruz y Sangre de Cristo en fecha desconocida, con los seguros datos de que en 1580 el citado cabildo ya sacaba en procesión en la tarde de Jueves Santo una talla de Cristo con la cruz a cuestas, que alcanzó devoción y fama en la diócesis, hasta el punto de convertirse en modelo de referencia para muchas de las que se encargaron por entonces a distintos escultores por otros cabildos, datando en 1644 la primera noticia documental de la hermandad del Nazareno, entonces de San Roque.
Seguidamente podemos admirar la magnífica efigie del Ecce Homo de San Gil, entregada en 1948 por Luís Marco Pérez, respetando la disposición y cánones marcados por la recordadísima talla titular de su hermandad labrada por José de Torres en 1648, que era considerada como la de mayor calidad artística de cuantas desfilaban en la Semana Santa de la ciudad, desaparecida al comienzo de la última guerra civil al igual que la práctica totalidad de la imaginería procesional conquense.
La hermandad que le rinde culto parece que ya existía a finales del siglo XVIII, y hasta la iglesia de San Antón llegó en los albores del XX procedente de la de San Andrés, tras pasar parte de su Historia en la de San Gil y en la de San Juan Bautista. Forma parte también de la Archicofradía de Paz y Caridad.
Presidiendo el Altar Mayor y el templo, contemplamos la imagen de Nuestra Señora de la Luz, Patrona y Alcaldesa de la ciudad de Cuenca, Madre con el Niño en brazos que recibe la devoción del pueblo desde su altar y camarín, especialmente el 1 de junio, día en que se celebra su festividad cada año. Bajo los títulos de Real y Venerable tiene constituida hermandad, pujante y muy activa.
El inicio del culto a nuestra Virgen se pierde en la noche de los tiempos, envuelto su origen con aroma de leyenda ubicada en el tiempo de la conquista de la ciudad por el Rey Alfonso VIII de Castilla. Ese incierto origen se observa también en la datación y autoría de la venerada imagen mariana, siendo lo más antiguo de la misma la cabeza y parte del torso de María, talladas en piedra caliza por manos anónimas, muy probablemente en época medieval próxima a la toma e incorporación de la ciudad al reino castellano.
Siguiendo recorrido, y tras pasar por la hornacina que acoge a San Julián, segundo Obispo de Cuenca, de la que es su patrón, contemplamos la imagen de Nuestra Señora de la Soledad – del Puente –, la Madre del Jueves Santo, obra de Luis Marco Pérez del año 1941 que preside y da sentido a su hermandad, nacida también bajo el cobijo del Cabildo de la Vera Cruz en fecha ignorada, habiéndonos llegado noticias documentales de la existencia de esta cofradía en el primer tercio del siglo XVIII.
San Ramón Nonato se ubica a continuación, llegando ahora ante el Santísimo Cristo de las Misericordias, obra de pequeño tamaño, gran valor artístico y aún mayor significado, debida a la gubia de Marco Pérez, que desfiló por primera vez en la Semana Santa de 1942.
Es la imagen que preside la Archicofradía de Paz y Caridad y por tanto la procesión de Jueves Santo, probablemente el cortejo más antiguo de cuantos recorren las calles de Cuenca en Semana Santa.
Es la Archicofradía heredera natural del Cabildo de la Vera Cruz, Sangre de Cristo y Misericordia, venerable institución que hunde sus raíces en el siglo XVI y que tuvo entre sus finalidades la de acompañar y enterrar a los ajusticiados, erigiéndose como parte fundamental del origen de la Semana Santa de Cuenca al crear el desfile procesional de Jueves Santo.
Las imágenes representativas de los momentos de la Pasión del Señor que la Vera Cruz sacaba a la calle alcanzaron tal devoción entre el pueblo que a su abrigo se formaron hermandades para dar culto a cada una de ellas que con el tiempo se fueron independizando de la institución matriz; Oración del Huerto, Paso de la Caña, Jesús Nazareno y María en su Soledad.
Con sus hermandades se trasladó el viejo cabildo a la iglesia de Nuestra Señora de la Luz en el año 1818 a petición del Ayuntamiento de la ciudad, al que se acababa de conceder la propiedad del templo, llegando a desaparecer aquel en la primera mitad del siglo XIX, para resurgir en 1849 ya como Achicofradía de Paz y Caridad, constituida por las mencionadas cuatro hermandades nacidas en su seno, a las que se agregó en apenas unos días la del Ecce Homo de San Gil, que venía desfilando en la procesión de Jueves Santo desde tiempo atrás, para incorporarse en 1853 la Hermandad de Jesús Amarrado a la Columna, y en 1945 la de Nuestro Padre Jesús Caído y la Verónica, única cuyo paso titular no recibe culto en esta iglesia.
Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto es el conjunto que podemos ver después, magnífica obra del escultor madrileño Federico Coullaut-Valera que desfiló por primera vez el Jueves Santo de 1967. Su hermandad es una de las que surgió dentro del Cabildo de la Vera Cruz para después cobrar autonomía, de lo que dan fe distintas fuentes documentales por las que conocemos que ya a mediados del siglo XVII estaba erigida.
Terminamos nuestro recorrido por las más sobresalientes imágenes que alberga la iglesia de Nuestra Señora de la Luz con el santo por cuyo nombre también se conoce a este bellísimo templo: San Antonio Abad, al que el pueblo llama San Antón.
Tras la construcción del actual edificio, que unificaba las dos pequeñas ermitas en las que recibían culto respectivamente la Virgen de la Luz y San Antonio Abad, se ubicaron ambas imágenes en el primitivo retablo baldaquino del altar mayor, la Virgen frente al cuerpo de la iglesia, y San Antón a sus espaldas, hacia el camarín.
La destrucción del mobiliario original del templo trajo consigo el cambio de ubicación de la talla del santo, siendo la actual escultura obra de Fausto Culebras, que como casi todas las que hasta aquí hemos visto fue labrada después de la terrible fractura que supuso la Guerra Civil española, contienda que trajo consigo la pérdida de toda la imaginería religiosa y procesional que hasta entonces recibía culto en la iglesia, con la única excepción de la Virgen de la Luz.
A aquellos a cuyo esfuerzo, ilusión, sensibilidad y fe debemos lo que hoy podemos contemplar entre los muros de San Antón y en otras iglesias de la ciudad, tendremos que agradecer siempre la alta exigencia que tuvieron al recuperar este patrimonio, encargando su talla sólo a escultores que se contaban entre los mejores del momento, conformando lo que sin lugar a dudas hoy tenemos en Cuenca: uno de los mejores conjuntos de la imaginería religiosa española del siglo XX.
Estudio realizado a instancias de D. Ángel García Benedicto, cura párroco de Ntra. Sra. de la Luz.
Textos:
Pablo León Irujo.
José Manuel Alarcon Sepulveda.
Mikel Rubio
Fotos:
Pablo León Irujo.
José Antonio Barrasa Esteban
Mikel Rubio