En la tarde de ayer, 8 de Noviembre, la Adoración Perpetua en Cuenca estaba de aniversario. Se cumplían cuatro años desde el inicio de este tipo de Adoración Eucarística en nuestra ciudad, en la pequeña capilla que hay bajo San Esteban. Qué mejor forma de celebrarlo que con una Hora Santa, presidida por nuestro Obispo y dedicada casi en su integridad a la Inmaculada Concepción, Solemnidad del día.
Como bien nos recordaba Mons. D. José María Yánguas, apenas son algo más de cincuenta las Capillas de Adoración Perpetua en España. En Cuenca no solo nos enfrentamos al problema generalizado de una sociedad cada vez menos comprometida y más seculararizada, también la dificultad se agranda por una población no muy numerosa. Pero la fe mueve montañas y ya son cuatro años en los que gracias al enorme esfuerzo y dedicación del grupo de adoradores el Señor Sacramentado nunca ha estado solo. Muchas han sido las vicisitudes hasta llegar aquí, pero ninguna insalvable gracias a un espíritu de sacrificio que se ve recompensado al estar en Su Presencia.
Fue en Abril de 2018 cuando nuestra Hermandad tuvo la dicha de entrar en este grupo de adoradores, y si en algo coinciden sus miembros es en el bien que les hace y en animar al resto a unirse. Basta leer el artículo que nuestro número uno escribió hace unos meses para darse cuenta. Ya sabéis, somos los de los jueves de 19 a 20 hrs.
Desde ayer el escudo que nos representa está colgado bajo la tabla del antiguo San Francisco en que se ve la presentación de Jesús en el templo. Al finalizar la celebración Monseñor Yánguas tuvo a bien colocarlo junto a los de las hermandades de Jesús Nazareno del Puente y de la Soledad de San Agustín. Tres por ahora, pero hay hueco para muchas más, hay hueco para todas las hermandades penitenciales y desde aquí les animamos a unirse.
Queremos, no solo agradecer este gesto, sino dar las gracias a Eva, Pilar, Pablo y a toda esa gente que nos animó acogió desde el primer día con los brazos abiertos. Teníais razón, merece la pena.
Y ahora, aunque son muchas las ocasiones en que pasamos, simplemente a saludar al Señor, queda esperar pacientes ‘nuestro turno‘.