Este domingo, 18 de junio, los católicos de todo el mundo celebramos la gran fiesta del Corpus Christi. Con gran solemnidad y fervor llevamos a Jesús Eucaristía en procesión por las calles de nuestras ciudades y pueblos, después de engalanar con colgaduras sus balcones y de tapizar el suelo con flores y plantas aromáticas, siguiendo una antigua tradición. El pueblo cristiano manifiesta así la alegría que lo embarga, y honra y ensalza el misterio de la presencia eucarística del Hijo de Dios. Os invito a todos a participar en esa manifestación de fe y de amor que es la procesión del Corpus.
Días atrás hemos leído en la Liturgia de las Horas cómo el pueblo de Israel, guiado por Josué, pasó milagrosamente el río Jordán. Antes de vadearlo, Josué se dirigió al pueblo con estas palabras: “Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor. Así conoceréis que un Dios vivo está en medio de vosotros y que va a expulsar ante vosotros a cananeos, hititas, fereceos…”. Estas palabras adquieren un sentido especial en un día como hoy. En efecto, podemos decir con toda razón que “un Dios vivo está en medio de nosotros”; camina con y en medio de nosotros; nos guía y nos protege. Sí, un Dios vivo está en medio de su pueblo, y éste confía en la misericordia de Dios que no tiene fin, como reza el Salmo 51.
En este día del Corpus Christi la Iglesia celebra también el Día de la Caridad. Este año lo hace bajo el lema “Llamados a ser comunidad”. Eucaristía, caridad y comunión aparecen de este modo como realidades íntimamente vinculadas. El amor de Dios que se revela en el envío de su Hijo para vivir entre nosotros (cg. Jn 3, 16), alcanza su manifestación o expresión más alta en la institución de la Eucaristía: “Jesus (…) habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Por su parte, la comunión más íntima entre los hombres tiene lugar gracias a nuestra participación en su Sacrificio, en cuanto que nos hacemos uno con Él al comer su Cuerpo entregado por nosotros y beber su Sangre, derramada para lavar nuestros pecados. La Sagrada Eucaristía, el amor hasta el final del Hijo de Dios hecho hombre, es generadora de comunión: nos une con Dios y vincula estrechamente a los hombres.
La solemnidad del Corpus Christi es una invitación a vivir en comunión, a ser y hacer comunidad como eje fundamental de nuestra tarea de edificar el Reino de Dios transformando la realidad social mediante el ejercicio de la caridad. Existimos como pueblo de Dios, como Iglesia, como Cuerpo de Cristo. La existencia cristiana es con-vivencia, vida compartida en el seno de un pueblo, de una comunidad. Se entiende entonces muy bien que cada uno, cada comunidad cristiana, la Iglesia como tal, actúe como un agente de paz y de bien; que lleve a cabo una siembra generosa de caridad, de verdadera solidaridad, de entendimiento y comprensión, de perdón y de olvido de todo lo que produce división y enfrenamiento.
Como nos recuerda Cáritas y como nos dicen los Obispos españoles en su Mensaje para la fiesta que hoy celebramos: “La comunidad es el ámbito donde podemos acompañar y ser acompañados, donde podemos generar presencia, cercanía y un estilo de vida donde el que sufre encuentre consuelo, el que tiene sed descubra fuentes para saciarse y el que se siente excluido experimente acogida y cariño. En la comunidad podemos responder al mandato de Jesús, que nos mandó dar de comer al hambriento (Mc 6,37) y podemos implicarnos en el desarrollo integral de los pobres, buscando los medios adecuados para solucionar las causas estructurales de la pobreza”.
“Vivir en comunión” lleva a reconocer la dignidad de los que conviven con nosotros; sensibiliza ante la realidad de la casa común, el mundo, que compartimos; mueve a vivir el servicio de la caridadcomo servicio al desarrollo humano integral, de todo el hombre y de todos los hombres; empuja a reaccionar ante las injusticias y a incidir en el cambio de las reglas de juego del sistema económico-social; favorece el nacimiento de una economía al servicio de la persona, que promueva la inclusión social de los pobres y la consolidación de un trabajo decente.
Permitidme para terminar una palabra de agradecimiento a cuantos trabajan y colaboran en nuestra Cáritas diocesana y en las Caritas parroquiales, en las Conferencias de San Vicente Paul, en Manos Unidas, en todas las instituciones eclesiales y civiles por su trabajo generoso y desinteresado en favor de los más necesitados. Que el amor y el respeto a cada persona siga guiando vuestro buen hacer; que tengáis siempre presente las palabras del Señor Jesús: “Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”, seguros de que serán la mejor ayuda para mantener vivo y activo el espíritu que debe presidir siempre nuestra caridad.