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Usted está aquí: Inicio / Arte / Ecce Homo de Bartolomé Esteban Murillo. Nuestra advocación en el arte I.

Ecce Homo de Bartolomé Esteban Murillo. Nuestra advocación en el arte I.

Artículo escrito por Francisco J. Moraleja Izquierdo el 19 marzo, 2019

Fieles a la intención de que nuestra web sea un sitio de consulta en todo lo referente a nuestra Hermandad y advocación, a través de una serie de artículos veremos piezas importantes e imprescindibles en la historia del arte que han plasmado el momento bíblico que nuestro Sagrado titular representa.

Será nuestro Hermanos Francisco J. Moraleja Izquierdo quien nos guíe a través de estas obras y nos muestre como ha variado una iconografía tan particular a lo largo del tiempo. Seguro que disfrutaremos además de aprender. En esta primera entrega nos muestra un Ecce Homo de Bartolomé Esteban Murillo que ha sido expuesto recientemente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla en una importantísima retrospectiva. Una obra magnifica que ha servido para ilustrar las invitaciones del reciente acto de presentación de la obra de música sacra Christus Factus Est dedicada a nuestra Hermandad.

Ecce Homo. Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682).

El Ecce Homo de colección particular que se nos muestra en la imagen, es una de las obras de tema pasionista que Bartolomé Esteban Murillo ejecutó entre 1665 y 1670. El  lienzo ha sido recientemente adquirido por un coleccionista particular, y ha formado parte de la exposición antológica que, sobre el insigne pintor hispalense, ha celebrado el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Murillo realiza este Ecce Homo de medio cuerpo y de pequeño formato, 95 cm x 73 cm., en su etapa de madurez, cuando ya había desarrollado ampliamente el tema iconográfico del Ecce Homo junto al de la Virgen con el Niño, entre 1650 y 1665.
Se nos presenta la imagen de Cristo como varón de dolores, tras es el  escarnio sufrido ante la cohorte romana, después de su Prendimiento y momentos antes de iniciar el via crucis, el camino que lo llevará a la Crucifixión, y que es recogido en Mt 27, 28-29, Mc 15, 17-18 y Jn 19,5. La escena se extrae de la presentación que hace el procurador Pilato de Jesús de Nazaret ante el pueblo, y en la que pronuncia una de sus famosas y postreras frases: Ahí tenéis al Hombre.
La iconografía del Ecce Homo es desconocida en los albores del arte cristiano. En el Paleocristiano y Bizantino no aparece representación e icono alguno. Su importancia radica en el comienzo de la celebración de los Misterios en conventos y atrios de las iglesias: obras de teatro de temática religiosa que conmemoraban la vida de Cristo y que influyen en la adopción de ciertas imágenes, sobre todo de la Pasión del Señor, ya en la Edad Media.
Pero será en el Barroco cuando esta imagen del Señor doliente emerja en toda su plenitud y frecuencia, por la importancia que da el Concilio de Trento a la meditación sobre los Misterios Sacros de la Pasión del Salvador. En el devoto ambiente de la Contrarreforma, el Quinientos y Seiscientos español está dominado por la política de la Casa de Austria que se concebía como servidora de unos valores, una misión religiosa y una visión cristiana de la vida.
Por eso la solidaridad social se fundamenta en tales valores; y por eso su finalidad no se reduce a la mera representación pictórica. Va más allá, porque su finalidad última es didáctica y catequizadora; es una ilustración completa de la Misericordia, creencia y práctica propia de la época de Esteban Murillo, de la España del Barroco que representa esa adopción y defensa de los valores católicos, de las virtudes como la fe, la esperanza y la caridad; junto con la justicia, la fortaleza o la templanza.
En ese ambiente el artista ingresa en 1665 en la Cofradía de la Santa Caridad de Sevilla circunstancia que, además, le da ocasión para pintar una gran parte del estudio iconográfico del templo que forma parte del conocido Hospital de la Caridad, recibiendo el encargo del filántropo benefactor de la institución D. Miguel de Mañara.
Murillo nos presenta al Señor de medio cuerpo y en él vuelca toda su técnica y estilo; de delicadas pinceladas que dibujan la musculatura del torso, haciendo uso del color y la luz generando suaves contrastes, que terminan por definir la figura de Cristo y que, a la par, nos hacen captar las diferentes texturas que van, desde la suavidad de la piel, la aspereza y rugosidad del cordel que ata las divinas manos, hasta la dureza afilada de la corona de espinas.
El rostro de Cristo se nos presenta reflexivo, íntimo y conmovedor, aceptando mansamente su destino a través de la mirada que dirige a un lado y hacia abajo.
Todo ello generado a base de gradaciones lumínicas, tonalidades transparentes y transiciones difuminadas, de las que resulta un dulce ambiente religiosamente meditativo que supera la dureza del cruel trance en que se encuentra el Salvador.
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Un estilo cálido que Esteban Murillo comienza a trabajar a partir de 1652. Los expertos apuntan como inspiración de esta magnífica obra, al Ecce Homo de Tiziano del Museo Nacional del Prado, de fuerte musculatura y sentido más escultórico que pictórico, en la que la escena se nos muestra en su plenitud rotundamente dramática, que nos anuncia el Tenebrismo barroco.
Indudablemente en ambos descansa una inspiración contrarreformista con diferente plástica formal.

Bartolomé Esteban Murillo nace en Sevilla el 31 de diciembre de 1617, en el seno de una familia trabajadora. Menor de 13 hermanos, pronto queda huérfano y al cuidado de  su hermana Ana que coloca al pequeño como aprendiz en el obrador de Juan del Castillo (1584-1640), pintor arcaizante de colores fríos que influirá en sus primeras obras; entre sus compañeros está Alonso Cano. Además de la influencia de su maestro, Murillo acogerá en su inicial producción el influjo de Juan de Roelas y del famoso maestro Zurbarán. Una de sus primeras obras es el gran ciclo pictórico para el claustro chico del Convento Franciscano de Sevilla. Hacia los cuarenta del siglo XVII, Murillo ansía ahondar en sus estudios de pintura, lo que le lleva a trasladarse a Madrid, donde parece que recibe el influjo de Diego Velázquez que, a la vez, facilita a nuestro pintor el acceso a las obras de la Casa Real. Así Tiziano, Reni, Rubens o Van Dyck van a ser asimilados con fruición por el maestro.

Murillo no tiene éxito en la Corte. Sus obras y planteamientos no son del gusto de Felipe IV. El artista vuelve a Sevilla – algunos especialistas creen que este viaje no se llevó a cabo- y en 1645 se compromete a completar lienzos y murales para el claustro chico del Convento de San Francisco de la capital hispalense.
Es en los años 50 cuando Esteban Murillo vuelve a cambiar su estilo bajo el influjo tenebrista de Zurbarán y Ribera junto a los contraluces de Herrera el  Mozo.
El 26 de febrero de 1645 contrae matrimonio con Beatriz Cabrera Sotomayor en la parroquia de la Magdalena, con la que tuvo nueve hijos durante los diecinueve años que duró este matrimonio, y que supuso el momento más agradable de su vida, que truncó la muerte de su esposa en 1664.
La más que favorable acogida que tuvo la creación murillesca del Claustro Chico franciscano, el pintor abre su propio taller y se suceden numerosos encargos. El Cabildo catedralicio le asigna la decoración de la Sala Capitular para la que realiza los lienzos de la Inmaculada Concepción y santos y obispos sevillanos.
Los años de prosperidad del matrimonio se verán afectados por la crisis económica que azotará a la ciudad tras la peste de 1649 y la guerra con Francia, Inglaterra y Suecia además de la secesión de Portugal.
En 1660 Esteban Murillo y Herrera el Mozo fundan la Academia de Dibujo de Sevilla, de la que son los presidentes. El artista cesa en sus funciones tres años más tarde y lo sucede Valdés Leal, con el que tuvo diferencias; en esa academia se formaron gran numero de pintores, retablistas, escultores y doradores sevillanos.  Los últimos dieciocho años de su vida fueron tristes pero muy fecundos en cuanto a su actividad pictórica. A los lienzos para Santa María la Blanca se unen las pinturas de la Iglesia de los Capuchinos y el ya mencionado encargo catedralicio.
Será en 1665 cuando Murillo ingrese en la Cofradía de la Santa Caridad; y esta circunstancia le dará pie para ser el destinatario del encargo de la decoración pictórica del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla, merced a la disposición del benefactor y protector D. Miguel de Mañara.
Bartolomé Esteban Murillo muere el 3 de abril de 1682 y es seputtado en la iglesia de Santa Cruz de Sevilla, que siglos más tarde arrasan los franceses. Una placa recuerda en la actual Plaza de Santa Cruz el lugar donde reposan sus restos mortales.

Etiquetado como: 2019, Arte Religioso, Bartolomé Esteban Murillo, Pintura Publicado en: Arte, La Hermandad, Portada

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