No hay nada más desolador que levantar la persiana el Jueves Santo y descubrir que ese cielo que durante todo el año has imaginado azul tiene el color gris plomizo que no había tenido en todo el invierno. A partir de ese momento se mezclan las prisas propias del día con esa desazón que produce la incertidumbre de lo que pueda pasar hasta el inicio del momento de la Procesión. Una vez llegas a San Antón, para esa primera visita matutina, saludas a los hermanos de todos los años, tanto los propios del Paso de la Caña como los del resto de las Hermandades de la Archicofradía de Paz y Caridad, el nexo de unión de la procesión y origen de todos nosotros. Bien valdría, salvando las distancias para explicar el misterio de la Santísima Trinidad, ya que somos siete Hermandades, siete maneras de entender el Jueves Santo y su procesión, pero en realidad un único espíritu heredero de aquel con el que se fundó la primitiva Hermandad de la Vera Cruz y Sangre de Cristo de la que venimos. Hay nervios, los propios de la inminencia de la procesión y los que suscitan las nubes que tapan ese sol que debía relucir el Jueves Santo.
Mientras se acaban de ultimar los preparativos (revisión de horquillas y almohadillas, colocación de cera, etc.), nuestro Representante en la Junta de Cofradías nos da las últimas noticias, no se ha tomado la decisión de suspender todavía, a las cuatro menos cuarto habrá una nueva reunión, pero si las previsiones no mejoran, se subirá y bajará por el Puente de la Trinidad.
Tras la comida y una vez revestidos, la siguiente cita obligada, en el portal junto a La Parrala, sirve reencontrarnos con los hermanos, algunos desde el pasado Jueves Santo, compartir las inquietudes propias de la Procesión, y este año, del tiempo para, ya desde allí, dirigirse los banceros a tallarse en el parking contiguo a la Parroquia. Una vez allí, comienzan a caer las primeras gotas de lluvia, llegan los comentarios y finalmente nos confirman que vamos a salir con retraso y por el recorrido más corto, subiendo por la Trinidad. La espera se hace larga, resulta incómoda porque no hay apenas espacio para tanta gente, pero todo sea porque aunque la cabeza nos dice que no debemos salir, cada jirón azul que se abre en el cielo ilumina nuestros corazones diciendo que sí se puede. Tras una tensa espera de una hora, a las cinco y media de la tarde los goznes de la puerta de San Antón chirrían y comienza a sonar el himno nacional mientras el Titular de la Archicofradía se muestra a Cuenca guiado por su capataz, nuestro capataz y secretario.
Las distintas Hermandades van saliendo, el Huerto, el Amarrao, y, tras un año de espera, llega nuestro momento, colocamos el carro enfilado a la puerta, se ponen los banzos y, por fin, se oye la ansiada voz de mando: “Al brazo”. Ya es nuestro, ya no hay carro que mitigue su peso. Tras cruzar el puente, nuestro puente, un vistazo de reojo al mosaico y se enfila el bulevar con otro ánimo. Éste año no vamos por Carretería, este año al llegar a la Trinidad subimos por el puente, como antaño, como nos enseñaron siglos y siglos de procesión el Jueves Santo.
Pero mientras recorremos el bulevar, como siempre, escondido para evitar que lo veamos (cosa imposible) se encuentra nuestro hermano, el que no está, pero siempre está. Él pide que no sea así, pero cada año tendrá ese pequeño instante de mirar al Señor a los ojos y que él le devuelva la mirada. Siempre hay algo que pedirle y algo que agradecerle.
Aquí se han ido incorporando los nazarenos a las filas, cada año son más los que acompañan al Paso de la Caña en la tarde de Jueves Santo. No les ves las caras, pero adivinas quién hay tras cada capuz y te alegras de que cada año aumente esta gran familia uniformada en paño, veludillo y cuero, que busca en la penitencia en granate una invitación a la Casa del Padre. La procesión avanza a ritmo de horquilla. Este año no hay banda y la del Huerto y la de la Verónica quedan demasiado lejos, no se oyen, pero da lo mismo. Así, tras el capuz, abrazado al banzo, se medita y hasta se reza mejor. En las curvas, como antaño, el árbol del amor también lleva su hábito penitencial como cada primavera.
A estas alturas, son tantos los hermanos que acompañan al Señor, que aún manteniéndose el Paso a una distancia más que prudencial del Guión, tras el que van veinte niños, las filas se alargan muy por detrás de Él. En Alfonso VIII el cielo, que se había vuelto a cerrar, empieza a derramar muy suavemente sus lágrimas. Todo está previsto, se va a entrar en la Catedral.
El Paso de la Caña llega a los Arcos. La Plaza Mayor, aún con el camino central expedito, está llena de gente como lo estaba el patio bajo el balcón de Pilato. El gobernador romano, como en el año 33 presenta al pueblo al Cordero de Dios.
– “Ecce Homo”.
– “Crucifícalo” es toda la respuesta.
Y sigue su camino, mansamente, con esa resignación en sus ojos que no acaba con su Majestad.
Ya empieza a ser costumbre el recorrer las naves catedralicias con los pasos del Jueves Santo e incluso se plantea la posibilidad de hacerlo ya todos los años, pero esta vez es distinto, tenemos pensado reanudar la procesión. Tras el Santo Paso de la Caña entran el Ecce Homo de San Gil, Jesús Caído y la Verónica, el Auxilio y el Nazareno del Puente y se oye a la banda de Cornetas y Tambores tocar de nuevo. La Virgen de la Soledad está llegando al Obispado. Llegada la hora de salir, igual que ocurría en San Antón, otra chaparrada nos hace dudar. Llueve y además intensamente, pero tras esperar unos minutos, amaina y de nuevo el Santísimo Cristo de las Misericordias nos indica a todos el camino de vuelta a nuestra Parroquia. El descenso es tan brillante como la subida. En ésta Hermandad no se retiran los penitentes de las filas. Todos acompañan al Señor hasta el final. En San Felipe el miserere hace que aumente el recogimiento ya que además de lo terrible del salmo, las bandas callan y no se oye otra cosa en todo el tramo.
Una vez llegados a Palafox, nuestro capataz acerca el paso un poquito más al Guión. Vamos a intentar aprovechar la banda que lleva el Amarrao. Suena una, dos, tres veces “Mater Mea”. Parece que lo hayan hecho adrede. ¡Qué fácil es llevar al Señor así!
Ya está de nuevo en su barrio, sólo queda esa pequeña Avenida y finalmente el Puente bajo el que la Madre de Cuenca se apareció para llenarla de Luz. Aprovechamos la despedida de la banda que acompaña al Amarrao para cruzar el puente meciéndolo suavemente, sin aspavientos, sin saltos, pero lo suficiente para que la clámide adquiera ese movimiento tan característico. Una vez dentro del Templo, un padrenuestro pidiéndole estar el año que viene y recordando a los que faltan, los abrazos entre los que hemos llegado (banceros, nazarenos de tulipa, hermanos que nos han acompañado este último tramo) y, como todos los Jueves Santos, una vela de las que han iluminado al Señor para guardar en casa durante todo el año.
Fdo. Hermanosquenocofrades.