Por petición de D. Mariano, coadjutor de nuestra parroquia, os reproducimos aquí este interesantísimo editorial de la revista Ecclesia.
Un año más, las calles, plazas, avenidas, templos y espacios públicos y privados de los cuatro puntos cardinales de España han vuelto a manifestar, de manera inequívoca y multitudinaria, la índole cristiana –en concreto, católica- de nuestra nación y de la gran mayoría de sus habitantes a propósito de la Semana Santa.
Somos conscientes de que en las celebraciones de Semana Santa, junto a la fe y a la identidad y pertenencia católica, se entremezclan también otros aspectos como la tradición, la cultura, la promoción turística y otros componentes de carácter más personal, familiar y, en su suma, subjetivo. Pero, lejos de empequeñecer las manifestaciones de Semana Santa, las enriquecen y más agradan, pues muestran a las claras cómo el cristianismo ha sabido hacerse cultura y cómo se ha inculturado y encarnado en el alma del pueblo, haciendo, además, suyas buena parte de sus expectativas, anhelos y maneras propias de vivir y de sentir.
Sabemos también que en el llamado fenómeno de la religiosidad popular es necesario seguir trabajando, con respeto, prudencia y determinación, en su purificación y en su mayor y más explícita y coherente inserción eclesial y compromiso de caridad.
Pero, con todo, en medio de embestidas laicistas en nuestra sociedad española, lo vivido, un año más, en Semana Santa es una nueva demostración de que el alma de España es cristiana; y es un nuevo refrendo del pueblo, que pide cesen hostigamientos, recelos y planteamientos políticos que pretenden relegar lo religioso a la esfera de los meramente privado y que utilizan realidades vigentes -verbigracia, los acuerdos Iglesia-Estado- como arma arrojadiza y recurrente en el debate social y político.
Precisamente, el Viernes Santo, en declaraciones a RNE, el secretario general de la CEE, José María Gil Tamayo, advirtió acerca del “laicismo que intenta imponer una confesionalidad laica” en el espacio público y “los fundamentalismos que pretenden imponer por la fuerza unas convicciones a los demás”, dos de las cuestiones que, a su juicio, “pueden suponer problemas a medio y largo plazo”. Y es que, añadió, las relaciones Iglesia-Estado hace ya muchos años que en España no se plantean ni suponen, ni en la teoría ni en la práctica, “un régimen de excepcionalidad”.
La Iglesia católica, ni España ni en ningún otro lugar del mundo, busca privilegios, ni trato de favor, pero tampoco puede aceptar que se la margine y se la ponga continuamente en solfa. Y, por supuesto, ha de clamar con todas sus fuerzas frente al acosamiento y a la persecución de la que es objeto de manera explícita y cruenta en distintos lugares del mundo, como el Domingo de Pascua aconteció en Pakistán (páginas 19 y 45) con la matanza de más de medio de centenar de cristianos que, en un parque, celebraban la Pascua.
Las procesiones y los oficios de Semana Santa, sin ir más lejos, no se imponen a nadie. Pero, por ello mismo, sería injusto que se dificultasen o fueran objeto de mofa o de polémica. Las otras religiones y las personas que no profesan ningún credo religioso también tienen sus derechos y los cristianos hemos de defender y respetar estos derechos, al igual que debemos exigir que se respeten los nuestros.
Por ello, mociones como la que el segundo partido político en España lleva al Congreso de los Diputados, pidiendo que la, ya de por sí maltratada, clase de Religión vuelva a perder su condición plenamente evaluable, están fuera de lugar. Como lo están, silencios a la hora de no condenar suficientemente recientes agresiones contra los sentimientos religiosos –profanaciones eucarísticas en Pamplona, en Jaén, en Colmenar Viejo, amén de otras manifestaciones anticatólicas, por esporádicas que sean-, que, además, tanto deshonran a una sociedad democrática.
Todo es mucho más sencillo: es cuestión de respeto, de buena voluntad, de escucha del verdadero sentir y obrar de la ciudadanía, en sus minorías y también, por supuesto, en sus mayorías. Y los católicos, pues, hemos de reclamar a partidos políticos que dejen de marear la perdiz sobre el estatus jurídico de la Iglesia en España y perciban clamores ciudadanos como los que en Semana Santa –y en tantísimas otras ocasiones- se escucharon y se escuchan por doquier.
Las creencias religiosas son un derecho fundamental tan sagrado como lo son los demás derechos fundamentales. Y cuestionar o dificultar, de modo que sea, la realidad católica de España es radicalmente injusto.