MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL.
Pascua del Enfermo, 1 de Mayo de 2016
MARÍA, ICONO DE LA CONFIANZA Y DEL ACOMPAÑAMIENTO.
“Haced lo que Él os diga”
(Jn. 2,5)
La resurrección del Señor nos llena de alegría y esperanza. Su luz y su fuerza se hacen presentes también en la celebración de la Pascua del Enfermo en este día primero de mayo. Asumiendo la propuesta del Papa Francisco en su Mensaje para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016, vamos a dirigir nuestra mirada compasiva a Jesucristo, a María y a los sirvientes que, en las Bodas de Caná, colaboraron para que Cristo realizara el milagro de convertir el agua en vino. Su contemplación iluminará, impulsará y mejorará nuestra atención a los enfermos y al mundo de la salud.
1. En el centro de la narración encontramos a Jesús de Nazaret. Nunca apartó la vista, nunca permaneció impasible, nunca dio un rodeo al encontrarse con los enfermos, con los ciegos, con los cojos, con los leprosos, con los muertos. Al contrario, el que es “el rostro de la misericordia del Padre” se acercó, se conmovió y les devolvió la salud. Ahora, al percibir el aprieto en que se encuentran los novios, actúa para resolver el problema. Y, aunque podría hacerlo por su cuenta, acepta la mediación de su Madre y solicita la colaboración de unos sirvientes anónimos.
2. Siguiendo la invitación del Papa Francisco, “abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo… y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio” (MV 15). Pues “una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir, mediante la compasión, a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado es una sociedad cruel e inhumana” (SS 38). Una mirada con los ojos de Cristo a la realidad de la enfermedad en España pone ante nuestros ojos las dificultades para el acceso de todos a los medicamentos, las enfermedades raras mal tratadas, una excesiva preocupación económica en la gestión de los recursos, la descoordinación sanitaria entre comunidades autónomas, una escasa atención sanitaria a la ancianidad, insuficiente cobertura económica para los que carecen de recursos para acceder a una residencia de ancianos, la desconfianza de y hacia los profesionales, un insuficiente manejo de la atención al final de la vida, etc. También como Iglesia no siempre hemos puesto esta pastoral en el centro de nuestras preocupaciones. Escuchemos, pues, el clamor de los pobres y dejemos que se haga carne en nosotros al estremecerse nuestras entrañas (cf. EG 193).
3. Junto a Jesús, contemplemos también a María en el mismo episodio. Sus ojos se mantienen vigilantes y compasivos como los de su Hijo. Y, llena de confianza, se dirige a Él para presentarle el problema: «No tienen vino». De esta manera, María se convierte para nosotros en icono de la confianza y del acompañamiento. ¡Cuánto consuelo ofrece a los enfermos tener una madre como ella, capaz de compadecerse y acompañar con la certeza de la fe cuando la enfermedad hace vivo el sufrimiento y somete a crisis toda seguridad! ¡Cuánto nos ayuda María con su actitud confiada y su cercanía!
4. Y ahora dejemos que la luz que la contemplación ha regalado a nuestros ojos ilumine el mundo de la salud que tenemos delante y nos mueva a encontrar la respuesta cristiana más auténtica. Ninguna sociedad como la actual ha tenido más posibilidades en la lucha contra la enfermedad y la promoción de la salud, sin embargo existen los miedos. Somos la sociedad más informada, pero nunca tanta información generó más desconfianza. A más recursos sanitarios, más miedo a enfermar; a más técnica, menos confianza en los médicos, en los sanitarios, en el sistema. En este contexto, ¡qué bien nos viene el testimonio de confianza de María! Por otra parte, vivimos también la paradoja de valorar la interconexión social y mundial a la vez que dejamos marginados o sin acompañamiento alguno a los más débiles o con menos recursos. El acompañamiento al enfermo –incluido el familiar-, está en horas bajas. El grupo de los “descartados” es grande, incluso en nuestros ambientes cristianos. La actitud acompañante de María supone para todos un testimonio estimulante y una llamada de atención inequívoca.
5. Fijemos la mirada ahora en los sirvientes. Ellos fueron los que, con su actitud obediente y servicial llenaron las viejas tinajas de agua y las pusieron a disposición de Jesús. En ellos contemplamos a todos los mediadores a los que Dios ha puesto para consolar y servir a los enfermos: las parroquias, los familiares, los Servicios de asistencia religiosa católica hospitalaria (SARCH), los profesionales sanitarios, los voluntarios… Todos los bautizados estamos llamados a ser mediadores de Cristo misericordioso con los enfermos y en el mundo de la salud. Hemos de responder a su llamada poniendo en práctica las obras de misericordia, especialmente visitando al enfermo, consolando al triste, iluminando a quien vive desorientado o desesperanzado. En muchos hogares se vive el sufrimiento y la enfermedad. La parroquia y sus agentes de pastoral han de mostrarse cercanos, sensibles, poniendo en marcha las iniciativas oportunas para auxiliarles. También en el hospital hay que estar junto al enfermo y su familia. Por él pasan al año un número muy elevado de personas creyentes. La atención a la calidad de los Servicios religiosos es una prioridad para nuestra Iglesia. Ojalá los que paséis por nuestros centros hospitalarios públicos y privados solicitéis un servicio al que tenéis derecho y que la Iglesia gustosamente os presta.
6. En la fiesta del obrero ejemplar s. José, celebramos el Día del Trabajo. Quisiéramos tener presentes especialmente a los accidentados en el trabajo. Pedimos a todas las empresas y organismos implicados que pongan todos los medios de seguridad laboral a su alcance para que estos accidentes se reduzcan al mínimo, y no dejen a nadie fuera del seguro sanitario. Es éste un deber de primer orden. Celebramos también el Día de la Madre. Las madres son el rostro vivo de la lucha por la vida y la salud en el hogar y fuera de él. Que su trabajo sea reconocido y agradecido.
7. Para concluir, en primer lugar, os invitamos a elevar vuestra mirada al Padre para agradecer su amor hecho realidad de forma definitiva en Jesucristo y manifestado también en María y en los sirvientes del banquete del Reino: las madres y demás familiares que no cesan de ofrecer confianza y acompañamiento a sus enfermos, las parroquias y sus agentes de pastoral de la salud, los SARCH, los profesionales sanitarios católicos, los voluntarios y los mismos enfermos. Suplicamos, también, a Dios que nos ayude a adquirir la mirada y el corazón compasivo de Jesús, que nos haga partícipes de la confianza y la actitud acompañante de María, que nos dé fuerza y determinación para vivir las obras de misericordia cerca de los enfermos y sus familiares. Y, finalmente, que con su bendición convierta el agua de nuestras acciones pastorales en vino de salud y consuelo para los que sufren.
Oración del enfermo a María.
María, Divina Enfermera, cuida mi cuerpo y mi alma: en el dolor, sosiégame;
en la soledad, acompáñame; en el miedo, alienta mi confianza.
María de Caná
alegra mis días.
En la oscuridad, ilumina mi fe; en la debilidad, impulsa mi ánimo;
en la desesperación, sostén mi esperanza
y hazme testigo del amor de Dios.
Madre de la Misericordia,
si mi vida se apaga,
intercede por mí ante tu Hijo, vencedor de la muerte,
y cógeme en tus brazos, Virgen de la ternura.
Amén.