A mis hermanos del Paso de la Caña.
Por seguirte en tu calvario
mi corazón te acompaña
la tarde de Jueves Santo.
El niño que fui me llama
camino de San Antón,
donde aguardan tu llegada,
desempolvadas tulipas
y cruces enamoradas.
La espera llega a su fin.
Las cuatro y media en Mangana.
Millares de nazarenos
inundan la tarde santa,
y al compás de los recuerdos,
caminando con el alma,
se entregan bajo el capuz,
conversan con la mirada.
La Vera Cruz se hace paso,
misericordia en su planta.
La campana de los reos
anuncia la madrugada.
Jesús orando en el huerto
se estremece en esa danza
que los olivos absortos
entre tinieblas ensayan.
Amarrado a la condena
que precede a la esperanza,
Jesús ofrece al sayón
la promesa de su espalda.
El Júcar refleja púrpura,
las ramas parecen lanzas,
la hoz entera cobija
a Jesús el de la caña.
Cuánto amor en esa herida
cuánta dicha demorada,
cuántas noches de vigilia
van sosteniendo tu marcha.
Éste es el hombre que llega
para ignorar la venganza.
Ecce homo de San Gil,
a nuestro llanto se abraza.
La tristeza esculpe el lienzo
de la mujer derramada.
Espejea su amargura,
Verónica ensimismada.
Quién te hallara Cirineo
para llevar tanta carga.
Cristo cae y en su deriva,
nuestra derrota se ensancha
por ese puente de luto
que Jesús camina en andas.
El silencio se oye apenas
en las horquillas calladas.
Una madre bajo un palio
de soledad y alborada,
va despidiendo a su hijo
que tras la esquina se apaga.
Por seguirte en el calvario
que paso a paso te amarga,
la tarde de Jueves Santo,
mi corazón te acompaña.
Ramón C. Rodríguez Rubio.
Hermano Mayor.